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sábado, 15 de marzo de 2014

Viernes




Viernes
Ese viernes había transcurrido con desesperante lentitud para ella, fueron largas horas las que sin remedio tuvo que esperar la tan ansiada noche. Cuando por fin llegó,  lo primero que hizo fue dejar los tacones a un lado.  De inmediato sus pies se deleitaron con el frío piso que durante unos segundos regaló a sus pies descalzos tumbada en el diván del acogedor consultorio. Caminó sin prisas por su espacio, se sirvió una copa de vino blanco, un poco de incienso no venía nada mal y para completar su noche… música.
Ella necesita música para respirar, letras para sentir, alas para vivir.
Y así con la luz de la luna iluminándola, cerró los ojos para recordar.  Palabras que  iban llenando poco a poco su mente, desbordadas comenzaban a pasear por su interior  y en cuestión de minutos ya inundaban sus venas provocando que la temperatura de su cuerpo se elevara sin pudor alguno.
Despacio desprendió el broche de su cabello dejándolo respirar el aire nocturno que a su vez recibía el perfume que iba saliendo de aquella larga cabellera. Cada vez más relajada comenzó a marcar con sus dedos y pies el ritmo de la música, pero su cuerpo no se quedó inmóvil mucho tiempo más, lentamente se integraba a la danza de los sentidos que apenas comenzaba.
Desabotonó su delgada blusa sin dejar de sentir la música, hasta que cayó al suelo dejando al descubierto un sostén de seda blanca que hacía resaltar de una forma especial esos hombros que parecían dibujados justo para ser besados.  Ahora el pantalón ajustado a sus caderas sobraba en el cuadro que se pintaba para deleite de ella, así que sin más lo fue bajando poco a poco, parecía como si la luna que observaba atenta estuviera dando pinceladas de luz y sombras  sobre cada curva que se iba mostrando segundo a segundo en armonía perfecta con el frío, la música, el perfume y la sensualidad de la noche.
Volvió a cerrar los ojos, bebió un poco de vino, lo paladeó lenta, exquisitamente. Y sin pensar, rindiéndose a la orgía de sensaciones que la embriagaba, comenzó a deslizar las yemas de los dedos por su cara, llegando al cuello comenzaron los escalofríos, corrientes eléctricas recorrían su piel bronceada mientras sus manos  bajaban por cada centímetro de esa textura de deliciosa suavidad que el paso de los años ha respetado como si fuera inviolable, como si el mismo tiempo disfrutara de ella. Así,  fue delineando cada espacio de su cuerpo, su cintura, su vientre, sus piernas… cada poro de ella que emanaba un dulce placer. Las descargas no cesaban, los escalofríos daban paso a intensos suspiros y  entonces… la mente comenzó a jugar.
Sólo dos prendas quedaban aferradas a ella, sólo dos. Desabrochó el sostén, sus caderas se deshicieron de la diminuta tanga, dio otro sorbo a su copa de vino brindando con la imagen de él mirándola desnuda y con las letras pegadas a la piel, comenzó a escribir.

lunes, 13 de enero de 2014

De vestidos y visiones


Levanté la mirada y te vi, asombrosa, delicada y elegante, con una copa que parecía vino blanco en tu mano. Perdí la noción del tiempo mientras te observaba, pasaron no lo sé, quizá unos segundos, minutos tal vez cuando por fin reaccioné, entonces suspiré y caminé hacia ti abriéndome paso entre la gente, un salón repleto, gente brindando, bailando, el motivo por el que estábamos ahí no lo recordaba, en mi sólo existía una celebración y eso era tu belleza.

Era rosa, no un rosa fuerte sino un rosa tenue que combinaba muy bien con el color de tu piel. Enmarcaba tus caderas y caía perfectamente por todo el largo de tus divinas piernas, descubría tus hombros dejando ver el esplendor de todo tu cuello, de ahí que se me antojara tanto morderlo. No recordaba haber visto ese vestido aunque si recordaba haber visto esa incomparable espalda enmarcada por un escote que se cerraba justo arriba de donde terminaba; repito, terminaba la espalda, vaya curva que después de ella se formaba.

Te tomé de la cintura, la suave tela era ajustada, volteaste y sonreíste, tomé tu mano y caminamos hacia la pista del baile donde por supuesto bailamos. ¿Te he mencionado que me gusta verte bailar?

Retiré el primer broche de la espalda que sujetaba el vestido a tu espalda, retiré el segundo, el vestido cedió un poco a la gravedad, retiré un broche más y cedió por completo. Por cierto, ¿mencioné que ya estábamos en la intimidad de la casa?

Me alejé unos centímetros para admirarte, tu cuerpo estaba al descubierto, el vestido yacía arrugado en el suelo, lo levanté y coloqué sobre la cama, había cumplido su misión de esa noche pero ahora debía hacerse a un lado. Volví a ti, te apreté hacia mi cuerpo y después de un gran beso lo que siguió quizá lo cuente en otro momento.
____
Lo que siguió lo contaré yo. Fue una de las mejores noches de mi vida. La primera vez que volamos juntos.
¿Te he mencionado que me gusta volar en tus brazos?
Y todo comenzó con un vestido…


Mientras caía cómplice de un par de botones, mi corazón palpitaba con una inquietud impresionante, sentir tus manos deslizarse por mi espalda al tiempo que tu boca húmeda se acercaba embriagante a mi cuello fue la sensación más alucinante que jamás había tenido.
La situación se tornaba demasiado peligrosa, así que me alejé de tus manos. Si. Sé que te gusta verme bailar. Así que lo hice sólo para ti. De pronto no supiste si quedarte ahí de pie o sentarte a mirar el espectáculo que improvisaba para ti. Optaste por quedarte inmóvil mirando con un poco de asombro y algo más que deseo en los ojos.


Mi cuerpo se movía lentamente al ritmo de la música que parecía perfecta para la ocasión, con cada movimiento tu respiración se hacía cada vez más profunda, y yo… yo podía sentir como me acariciabas con la mirada, mi piel se erizaba mientras en mi cintura el cabello se balanceaba de un lado a otro y mis caderas provocaban que tus manos temblaran cada vez que me acercaba un poco a ti. Hasta que, como imanes tus manos y las mías comenzaron su propia danza.


No quise abrir los ojos, para qué si tu aroma pintaba un paisaje delirante en mi interior. Sólo dejé que mis manos siguieran su ritmo junto a las tuyas. Y comenzamos a bailar… mi espalda se estremeció cuando tus manos rodearon mi cintura de nuevo y me atraparon en una oleada de sensaciones que electrizaban nuestra piel, así nuestros cuerpos semidesnudos bailaron aquella noche al ritmo de nuestras bocas, al calor de la noche, junto a aquel vestido que jamás olvidaré.